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Blog acerca de la psicología de la vida cotidiana. Reflexiones en torno a porqué somos como somos, qué nos impulsa a actuar, a sentir o pensar de un modo que a veces nos sabotea y que nos mueve en el teatro del mundo.



martes, 27 de octubre de 2015

El viaje a ninguna parte


 


                        
 
“- El espejo se ha roto.
- Ya lo sé, me gusta así. Así me veo tal y como me siento.”
 
      El apartamento (B. Wilder)   
 
 
 
Recuerdo una tira de Quino, donde el papá de Mafalda se agacha a recoger un libro y sufre un ataque de lumbalgia. Se nos queda mirando, dolorido, y piensa más o menos (me niego a recurrir al buscador): "Creo que estoy empezando a ser más joven que mi cuerpo". Tremendo, sencillo y bellísimo. Soy de los que cree que ningún tratado de psicología, al hablar de la crisis vital, podría ser más certero y profundo que esa (aparentemente) simple tira de Quino.
 
En la crisis vital surge violentamente un insight, se muestra una verdad que estaba ahí, que siempre estuvo ahí, agazapada, oculta tras el devenir de los días, la prisa, la falsa ilusión de la rutina. Y cuando ese dato anómalo, de discontinuidad o quiebre, con respecto a lo que venía siendo mi idea de quién soy, nos muerde la conciencia florece la crisis. Semejante a una bofetada que te obliga a parar, a posar la  mano en la zona dolorida y que te deja en fuera de juego.
 
Mi perspectiva es, al menos, esa. Algo ocurre, ciertos datos, alguna información, algún deseo o esperanza, elementos físicos (de apariencia o una enfermedad), una experiencia, conforman elementos que ya no encajan en mí, en quién soy. No sabemos qué hacer con ello y tampoco podemos mirar a otro lado.
 
En cierto modo la crisis vital representaría la ruptura de un esquema mental rígido, una pérdida, lo que antes servía ya no: ya no soy el de antes en algún sentido. Y si bien es cierto que el cambio nos define o habita, que nunca somos los mismos, también lo es que la mente no asimila fácilmente el devenir (un entorno heraclitiano para una mente parmenídea) .

En una crisis vital la realidad va por delante, los hechos, las experiencias, lo físico se nos escapa, como el agua entre los dedos y, momentáneamente, no sabemos qué hacer con ello.
 
Me gusta la idea de la bofetada cuando hablo de la consciencia de cambio personal, pero existen ocasiones en las que esa consciencia inicial, disruptiva y noqueante, viene dada por algo que podría asemejarse al roce de una pluma, por algo sutil. Por ejemplo, recuerdo cuando "dejé" de ser alguien muy joven. Caminaba por un parque cercano, una tarde de otoño de 1997, y un muchacho, con toda su educación, me lanzó a la cara un: "Señor, ¿me dice la hora por favor?" Y ese hecho mínimo, ese modo de referirse a uno,  conformó un evento disparador de un cambio en mi conciencia (luego esa situación disonante, con variaciones, se repitió varias veces). Seguro que existieron multitud de hechos y experiencias que me indicaron que yo ya no era quien creía, sin embargo esa breve interacción fue la que desencadenó un viaje hacia una percepción más ajustada de quién era yo. Un viaje, ha de saberse, hacia ninguna parte.
 
En la intimidad de la apertura terapéutica se asiste a narraciones acerca del inicio de una crisis vital (a cualquiera edad) que pueden ir de lo más sutil a lo más dramático, de lo evolutivo a lo más circunstancial. Hubo quien se percató de que una línea de expresión facial que aparentemente no existía la noche anterior. Alguien me habló de que ya carecía de sentido publicar un libro, que de repente ese tren, el de la carrera literaria, súbitamente había partido hace años. En otros casos es la enfermedad: una cardiopatía, problemas óseos que siempre le sucedían a otros (y otros más mayores). Hubo, incluso alguien, que leyendo el periódico, con su café y su cigarrillo de siempre, descubrió que un par de esquelas mencionaban a personas más jóvenes. Un hombre se percató de que el viaje dionisiaco a Rio de Janeiro, con el que siempre soñó, le daba pereza y además sus circunstancias familiares lo desaconsejaban.
 
En todos los casos, algo se quiebra. Se cierra una etapa. Conviene abordar un sentido proceso que conlleva readaptarnos, expresar el pesar. Se es, en definitiva otra persona. 

No se trata de una enfermedad, es tremendo que un proceso tan humano aparezca en el DSM-V, como tantos otros, como si fuese patología (el único modo de no salir en dicho manual, todo sea dicho, es estar muerto). Las crisis vitales son ineludibles, inseparables de la existencia y nos habitan desde el mismo nacimiento. Una buena resolución nos convertirá en personas más sabias y con una mayor capacidad de exprimir el día a día, buscando cómo se desea seguir este viaje a ninguna parte pero finito.